Nuestra semana más ecológica.

Cuando llegamos a Normandía empezaron a bajar las temperaturas, y al tener la caldera estropeada, comenzamos a bajar hacia España. Pero el mundo se puso del revés, y si en España estaba lloviendo a mares, con una DANA incluida, a nosotros nos llegó una ola de calor, así que cambiamos levemente el rumbo y nos hemos refugiado en la costa, donde el mar suaviza las temperaturas. Estamos en algún sitio del parque natural de la Brière, donde solo vienen franceses blancos.

Si España es un país de fuentes de agua gratuitas -al menos en la parte occidental- en Francia los baños públicos parecen ser un derecho constitucional. Como en EEUU, hay un montón, y aquí son gratuitos, muy limpios, casi siempre con papel higiénico y a veces hasta con música. Como estamos en un parque natural, lo que hay es un baño seco con compostaje. Es un baño normal con la diferencia de que no hay cadena para soltar agua; cuando acabas, accionas cinco veces un pedal que mueve una cinta transportadora con los residuos. Esa cinta está en un nivel inferior que no se ve, y no huele mal. Estaba tan limpio que di por supuesto que alguien venía a limpiarlo, pero yo madrugo bastante, y nunca vi un servicio de limpieza.
Total, que si el váter nos suele durar tres o cuatro días, llevamos una semana y parece estar un tercio lleno.

Y para el asunto de la calefacción, hemos comprado una ducha solar, que es increíblemente eficaz. No es la cosa más cómoda del mundo, pero hace el apaño y en verano el agua sale muy caliente. No creo que sirva para otoño.

En este viaje por Bretaña ha sido esencial conocer las mareas. Pasar por el paso de Gois, ver Saint Michel como una isla, el mascaret, y en esta zona la diferencia es que haya playa o no. En marea baja hay playas que se transforman en una gran extensión de fango y en otras puedes caminar cien metros mar adentro y te sigue cubriendo por la rodilla.

Las playas no son muy buenas: hay limo, rocas, están llenas de conchas y el agua tiene masas inmensas de vegetación. Tampoco hay tiendas ni chiringuitos playeros, ni nada cerca. Lo que hay es tranquilidad y para mí, que toda la vida he vivido lejos de la costa, ya es un espectáculo pasear por los alcantilados de roca amarilla, entre las flores moradas del brezo, y descubrir una misma vista con marea alta y baja. Cuando las aguas bajan, lo que antes era un islote, ahora se podría llegar a pie, la bahía se llena de explotaciones de ostras que antes quedaban sumergidas, los barcos anfibios salen a recolectar y aparecen los mariscadores, que, cubito en mano, parecen caminar sobre las aguas.

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